Hasta el pasado 7 de abril de este 2024 formaba parte de una generación (igual que las dos o tres anteriores) de athleticzales, que no había vivido el hecho de ver al Athletic levantar un título de Copa. Tuve la gran oportunidad de vivir dos títulos en dos ocasiones:
La primera en 2015, cuando el conjunto de Ernesto Valverde ganaba por 4-0 en San Mamés y empataba por 1-1 en el Camp Nou al Fútbol Club Barcelona de Luis Enrique, en la final a doble partido de la Supercopa de España. Era una Supercopa. Era un título nada comparable a una Liga y una Copa. Pero para mí fue mi primer título. Y ganarlo al equipo que venía de ganar finales de Copa al Athletic, lo convirtió en un título muy especial.
Y la segunda, en época Covid, en 2021, en La Cartuja, en unos días mágicos. Ya que la llegada al banquillo bilbaíno de Marcelino García Toral significó dos victorias históricas: En semifinales ante el Real Madrid por 1-2. Y en la final ante el Fútbol Club Barcelona por 2-3, con un golazo histórico de Iñaki Williams.
Esos dos títulos (para mí todos tienen un valor sentimental y emotivo importante) tenía una misión casi imposible: Hacer olvidar la sequía que el Athletic ha tenido en cuanto a Ligas o Copas. Nada más y nada menos que 40 años.
En estos 40 años de sequía de estas competiciones, el Athletic ha vivido todo tipo de temporadas, de épocas, de partidos y de situaciones. Noches mágicas como aquella famosa eliminatoria de la UEFA de la 94-95 ante el Newcastle, con victoria por 1-0 con el gol de Ziganda, o la de la última jornada de Liga de la 97-98 ante el Real Zaragoza, en la que un gol de Joseba Etxeberría daba la clasificación a la Liga de Campeones, o las noches mágicas europeas de 2012 ante Manchester United, Schalke 04 y Sporting de Portugal, entre otras noches mágicas de cualquier competición, tanto nacional como europeo.
También el Athletic ha vivido partidos de infausto recuerdo. La final de la Europa League, de 2012, ante el Atlético de Madrid en Bucarest, con derrota por 3-0, las finales de Copa perdidas ante el Fútbol Club Barcelona (2009, 20212, 2015 y 2021) y la Real Sociedad (2020, aunque jugado en 2021 por la pandemia), o temporadas con el agua al cuello, como el famoso bienio negro de 2005 a 2007.
En estos 40 años el fútbol ha ido sufriendo una evolución, donde el mayor detonante tuvo lugar con la famosa Ley Bosman de 1996. Una ley en la que, todos los clubs de España se abonaron a la famosa Liga de las Estrellas. Solo hubo un club, más allá de las modificaciones de su modelo deportivo, que decidió seguir compitiendo con gente de la tierra, aunque significara no ganar siempre: El Athletic.
Pero a pesar, especialmente en estos últimos años, de caerse una y otra vez, el Athletic nunca decidió darse por vencido.
Quiso la final en la temporada 2021-22. Pero en las semifinales ante el Valencia, con un 1-1 en San Mamés y un 1-0 en Mestalla, se quedó a las puertas de una nueva final. Lo volvió a intentar en la temporada 2022-23. Pero de nuevo la caída fue dura en las semifinales ante Osasuna (1-0 en el Sadar y 1-1 en San Mamés).
El destino no quiso seguir siendo cruel. En esta temporada 2023-24, en un largo camino, eliminando al Rubí, al Cayón, al Éibar, al Alavés, al Fútbol Club Barcelona (su bestia negra en las finales) y al Atlético de Madrid (el equipo que nos hizo llorar al perder una final europea), se le presentaba al Athletic otra oportunidad histórica: La final en La Cartuja ante el Real Mallorca del Vasco Aguirre.
Dicen que las finales no se juegan. Se ganan. Que no hay que valorar si se juega bien o mal. Y seguramente sea verdad.
Pero antes de hablar de la final en sí, hay que hacer mención especial a un maravilloso fenómeno. No importa lo bien o mal que marche el Athletic. Toda final de Copa que juega el Athletic significa un magnífico desplazamiento de toda su hinchada (tanto de Bilbao como de Vizcaya, de Euskadi, del resto de España, y por supuesto, del mundo entero).
El Athletic llevaba sin poder mover a su afición a una final de Copa 9 años (desde 2015 a Barcelona). Las finales de 2020 y 2021 tuvieron que jugarse sin público por la pandemia.
Este año la afición del Athletic sí pudo movilizarse. Y tengo que reconocer que en los dos o tres días previos a la final del pasado 6 de abril, veía las redes sociales, veía los comentarios, fotos y videos de la gente que se desplazaba a Sevilla, y me emocionaba mucho.
Se dice que los del Athletic somos la hostia (si se me permite tal vulgaridad). Pero la frase es muy evidente cuando Sevilla, durante 24 o 48 horas, se había convertido en un nuevo Bilbao (valorando también el desplazamiento de la afición del Real Mallorca).
La final (en un estadio muy lamentable y en una hora también lamentable) significó todo un cumulo de sensaciones y de circunstancias. Y, por supuesto, de emociones y de sentimientos.
Si fuera objetivo y analítico futbolísticamente (aunque de fútbol tengo muy poca idea), el partido que el Athletic realizó en esta final de Copa no fue de los más brillantes. El Athletic salió al césped de la Cartuja con nervios. No con miedo, porque sabía que el rival podía ser más asequible. Pero como digo, con nervios, con una cierta precipitación. El gol del Real Mallorca casi a la media hora de partido, obra de Dani Rodríguez, nos hizo a todos los athleticzles revivir los fantasmas del pasado.
Yo en el descanso vi la final prácticamente perdida. Y he de decir que el Athletic no terminó del todo mal la primera parte, con un gol anulado a Nico Williams (jugador clave de la final) por fuera de juego.
La segunda parte cambió la película, gracias al gol de Oihan Sancet, que significó el 1-1. Resultado que no se movería ni en el tiempo reglamentario ni en el tiempo de la prórroga. A la vista del juego de los dos equipos, cualquiera de los dos podría haber ganado esta Copa, en el tiempo que duró el partido.
Cuando llegaron la tanda de penaltis, fruto del amargo recuerdo de anteriores finales perdidas, no me vi capaz de presenciar dicha tanda en directo en la televisión.
Las noticias que me llegaban iban siendo, poco a poco, maravillosas. Primero con la parada en el segundo lanzamiento del Real Mallorca de Julen Aguirrezabala (media Copa es gracias a él). Luego con el gol de Iker Muniaín. Posteriormente otro fallo del Real Mallorca (enviando el balón fuera). Y, el momento deseado y soñado durante 40 años: El gol de Berenguer.
Dicen que en ese momento, todos los athleticzales saltaron, brincaron, gritaron, lloraron. Yo en ese momento pasé por una sensación de alegría. Pero también de una cierta incredulidad. Me costaba creer que, de verdad, el Athletic había ganado la Copa. Su Copa.
Pero no era un espejismo. Por primera vez, el capitán del Athletic no tenía que recoger esa misma ensaladera o vasija de Subcampeón. Por primera vez, el capitán del Athletic iba a recoger la Copa del Rey.
Por primera vez, igual que sucedió antaño con Daniel Ruiz-Bazán o con Piru Gainza, íbamos a ver a Iker Muniaín a los hombros de Dani García, alzando la Copa a lo más alto. Por primera vez íbamos a ver al Athletic celebrar con su afición en el césped un título como este.
Y, como no, lo que para algunos, como en mi caso nos sonaba como una leyenda o una mitología, se convirtió en realidad. Íbamos a ser testigos de la celebración emotiva a bordo de la famosa gabarra. Esta Copa del Rey se podría resumir en muchos momentos e imágenes. Yo quiero quedarme con estos tres momentos:
El primero, como he dicho recientemente, ese pequeño paseo de Iker Munaín a los hombros de Dani García, con la Copa bien alta, dejando una imagen de foto histórica.
El segundo, la maravillosa celebración de los jugadores con los aficionados en las calles de Bilbao, una celebración espontánea, en la que los propios jugadores se unían a los aficionados, cantando y bailando.
Y el tercero, la emotiva ofrenda floral (con pétalos rojiblancos) en la Gabarra, frente a San Mamés, de recuerdo a los athleticzales que no están con nosotros (porque al final, todos los athleticzales tenemos un familiar que en el cielo lo habrá disfrutado mucho esta victoria).
Porque como decía Iñigo Lekue: Arriba nos han ayudado a ganar esta Copa.
Ha pasado ya un mes. Y yo todavía me sigo emocionando mucho. Con cualquier fotografía o video que veo del partido y de la celebración. Yo no sé si volverá el Athletic a ganar la Copa (Dios quiera que no sea dentro de otros 40 años).
Pero como dijo Iker Muniain: No hace falta ganar para sentirse orgulloso de una filosofía. Una filosofía cuyo lema especial esta temporada ha sido: Unique in the world. Una filosofía cuyo equipo y afición los ha unido mucho más con el emotivo Txoria Txori de Mikel Laboa.
Pero de lo que no me cabe ninguna duda es que, pase lo que pase, gane o pierda el Athletic, siempre estaré orgulloso de ser del Athletic.
Autor: Mikel
Twitter: AAthletic1898
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